miércoles, 20 de abril de 2011

ANIMA DEL TAGUAPIRE EN ORITUCO*

Carlos A. López Garcés

Cronista de Altagracia de Orituco

1.- Una vivencia juvenil

El río Guayas es límite entre los distritos Monagas y Urdaneta de los estados Guárico y Aragua, respectivamente. A la orilla de él, en territorio guariqueño y a un lado de la carretera que comunica de San Rafael de Orituco a Taguay, tiene vivienda don Agustín Sosa, a quien puede identificarse brevemente así: hombre humilde; ochentiséis años de edad (según confesión propia, aunque su hijo Ramón expone razones para concluir que deben de ser ochentidós u ochentitrés); aspecto fuerte; estatura mediana; cabeza pequeña; cabellos canosos; cutis tostado por el sol a pesar del uso frecuente de sombrero; ojos pequeños; bigote blanco, escaso y bien recortado; cauteloso; lleno de experiencias valiosas; conversador bueno y animado; jinete excelente y caminador de gran resistencia; padre y abuelo varias veces; trabajador de largas jornadas, honesto siempre y activo actualmente; agricultor y criador básicamente; creyente convencido, poseedor de fe infinita y de intuición excepcional; curandero acertador y ensalmista eficiente por empeños de otros; hospitalario; amigo de mucha gente hasta más allá de donde alcanza la imaginación… y tuvo la oportunidad de conocer y auxiliar al Anima del Taguapire, “personificada” en Rosendo Mendoza. El mismo señor Sosa contó emocionado el caso conocido por pocas personas. Esa es para él una vivencia juvenil inolvidable(1).

Don Agustín Sosa (1900-1998). Auxilió a Rosendo Mendoza y fue el primero en invocarlo como Ánima del Taguapire. Foto: Ramón Alberto “Beto” Mirabal Zapata, 1990.


2.- Un enfermo desconocido

De acuerdo con el dato impreciso de la edad del relatador, uno de los años comprendidos desde 1920 hasta 1924 transcurría también con apacibilidad aparente. El general Juan Vicente Gómez era el mandamás de Venezuela. Los quehaceres domésticos se cumplían rutinariamente con pocas variaciones. El período de sequía se había establecido con su inclemencia característica. Don Agustín tenía veinte años de existencia; vivía entonces en Las Guabinas (caserío del distrito Monagas, estado Guárico) cuando a las seis de la tarde, aproximadamente, de un día que el narrador no recuerda ahora con exactitud, a su casa se presentó un hombre desconocido para él; andaba a pie; era viejo, de figura muy delgada, estatura baja, piel oscura (“negro”), cabello ensortijado, etcétera; llegó con unos trapitos enrollados debajo del brazo. Era Rosendo Mendoza, quien residía en las montañas de El Criollo (sitio donde convergen los estados Aragua, Miranda y Guárico); de allí había salido muy afectado por una diarrea sintomática del llamado colerín. Rosendo Mendoza debió de confesar su nombre y procedencia a don Agustín, quien reveló así mismo esa información, confiado acaso de la honestidad de aquél.

El caminante insistía en seguir a pie; sin embargo, el señor Sosa lo convenció para que pernoctara en su casa esa noche, ante la peligrosidad del camino por la abundancia de tigres en la zona. Don Agustín decidió llevarlo hasta el hospital San Antonio de Altagracia de Orituco. Antes informó su decisión a don Juan Agustín Freites, a la sazón Comisario de El Pegón, lugar vecino a Las Guabinas; le solicitó que lo acompañara a trasladar al enfermo para evitarse complicaciones judiciales, pues preveía un desenlace fatal. Aquella autoridad acató la petición.

El paciente había empeorado al amanecer del día siguiente. Se alistaban para partir muy temprano, oscuro aún, con agua suficiente para todos. Aperaban los burros cuando supieron que Rosendo Mendoza no era jinete y se negaba a cabalgar en esos animales por temor a caerse (hecho extraño en un hombre de esa época, ¿o el temor lo motivaba la debilidad que sentía?). Don Agustín le pedía que se montara para viajar más cómodos, pero aquél se negaba porfiadamente, hasta que se convenció de lo razonable del pedimento.

Iniciaron la marcha cuando amaneció. Hicieron funcionar todas sus voluntades. Iban conscientes de la gravedad del caso. Eran las dos de la tarde, quizás. Habían andado más de ocho horas. Faltaban aproximadamente dos kilómetros y medio para llegar a San Rafael de Orituco cuando Rosendo Mendoza se agravó más; tanto que no pudo continuar. Pedía agua; ésta se les había agotado. Por esta razón los acompañantes decidieron acampar a la sombra de un taguapire, que era la única más cerca que encontraron en aquella vía desolada. Don Agustín Sosa resolvió inmediatamente buscar ayuda en San Rafael de Orituco. Juan Agustín Freites se quedó con el enfermo.

Natividad Arocha dio el auxilio demandado por don Agustín; juntos se encaminaron al sitio donde estaba Rosendo Mendoza. Este había fallecido cuando aquéllos llegaron. Al muerto lo prepararon y trasladaron al cementerio de San Rafael de Orituco. Allí lo velaron. Al día siguiente lo enterraron.

3.- Una reseña respetable

Don Leopoldo Olivares aseguró que todo ese asunto sucedió en 1918. Este fue el año de la gripe española; sin embargo, aclaró que éste no fue el mal conque murió Rosendo Mendoza. El informador conoció estos pormenores porque así se los comunicó su madre. El es habitante de San Rafael de Orituco; tiene sesentiocho años de edad; nació justamente en 1918. Su reseña es respetable, pues es investigador preocupado de crónicas orituqueñas. Se empeñó en buscar el acta de defunción de Rosendo Mendoza en el archivo de la Prefectura de San Rafael de Orituco, pero no la consiguió, lamentablemente; aún así su inquietud por el caso no cesa(2).

La fecha de aquel fallecimiento no ha sido esclarecida ni por testigos presenciales siquiera. La duda continúa. Sí se sabe que fue de tarde, porque “el sol se había cambiado hacia el poniente”.

4.- Un espacio para la devoción

La milagrosidad del “ánima” de Rosendo Mendoza comenzó y se difundió pronto. En el lugar donde falleció aquel paciente, bajo la sombra de un taguapire, colocaron una cruz pequeña de madera. Un montón de piedras de escasas dimensiones aumentaba lentamente; representaba la sumisión y reverencia de los creyentes, los cuales depositaban sus limosnas en un perolito puesto allí con esa finalidad. Así le manifestaban además el agradecimiento por los servicios realizados a un “ánima” que tuvo nombre antes de demostrar su “capacidad milagrosa”. Se le llamó Anima del Taguapire y tuvo celador desde el principio. Natividad Arocha fue el primer encargado de atender bien el sitio donde seres devotos asistían a pagar sus deudas a esa “ánima”; algunas personas lo mencionan como el “fundador” de ella.

Las dádivas eran generalmente monedas de poca cuantía (de acuerdo con la posibilidad económica de cada devoto), como acostumbraban expresar la gratitud a las “ánimas de los caminos”.

5.- El primer milagro

No ha sido posible aclarar cuando comenzaron los “milagros” de Rosendo Mendoza. No obstante, don Agustín Sosa explicó: eso fue al poco tiempo de morir aquél. El recordó que a los ocho días de ese suceso, por culpa de un perro majadero y muy ladrador, se soltó un burro suyo, el cual había amarrado en el patio de su casa, en Las Guabinas. La Tierra reseca le permitía seguir las huellas del animal ese mismo día. El seguimiento se facilitaba porque el asno había huido con un mecate largo atado al cuello, cuyo rastro estaba en el suelo polvoriento. Don Agustín llegó al Paso del Memo, en el sitio denominado Tuira, aproximadamente a catorce kilómetros de Las Guabinas. Allí divisó al burro reunido con un ganado ajeno. Los animales, sorprendidos, se internaron en la montaña. El rastreador, angustiado, temía la pérdida del suyo, que podía alejarse en dirección al oeste, hacia las montañas de El Chaparral, mucho más distante de donde estaba y de su residencia. El señor Sosa se quitó el sombrero en ese momento, se arrodilló completo y, con mucha fe, dijo en voz alta mirando al cielo: ¡Ánima del Taguapire, haz que mi burro aparezca! Don Agustín vio enseguida que el asno venía moviendo mucho las orejas, como lo hacen cuando buscan orientación. El peticionario, reconfortado, se quedó esperando; estuvo parado, estático, hasta cuando pudo agarrar fácilmente al burro con la mano. Después se supo que Rosendo Mendoza era “milagroso” y que su “ánima” tenía nombre: es el Ánima del Taguapire. Así la invocó don Agustín Sosa para pedirle la ayuda antes relatada. El señor Sosa se interesó posteriormente en encontrar algún familiar de Rosendo Mendoza; jamás lo logró.

6.- Dos testimonios interesantes

Juan Domingo Ledezma, un vecino setentón de San Rafael de Orituco, recordó recientemente: cierta vez, cuando venía solo de su conuco, miró a un hombrecito (después supo que era Rosendo Mendoza) que lo llamaba desesperadamente pidiéndole agua. Atendió al llamado; se convenció que era una persona diarreica quien lo requería. No pudo satisfacer el pedimento porque la de él se había agotado. Buscó por allí cerca, pero no halló. Así se lo informó al enfermo y se lamentó ante Dios por no auxiliarlo como merecía. El sediento respondió resignado que tal vez eso le convendría. Juan Domingo se enteró luego que el hombrecito murió ese día.

Doña Ernesta de Barrios, doña Leticia Betancourt (hoy fallecida) y su hija doña Asunción de Urbina (tiene actualmente ochentiocho años de edad) presenciaron igualmente aquel acontecimiento. Ellas buscaban una vaca andariega cuando encontraron al hombre moribundo; resolvieron ayudarlo; tuvieron tiempo para llevarle atol y agua, pero el enfermo alcanzó apenas a beber de lo segundo.

7.- Un oratorio remodelado

El árbol donde acampó Rosendo Mendoza desapareció. En ese sitio fabricaron una capilla pequeña; ahora la han reformado y ampliado; el 24 de julio retropróximo la inauguraron con actos religiosos, que incluyeron una peregrinación desde San Rafael de Orituco hasta ese oratorio recién remodelado. Este templo está ubicado aproximadamente a dos kilómetros y medio de San Rafael de Orituco, a un lado de la segunda curva de la carretera que conduce de ese pueblo a Taguay (vía San Juan de los Morros), conocida como la Curva del Anima del Taguapire. Personas devotas acuden allí a cumplir sus promesas. Llama la atención que la tumba de este difunto sólo la visitan ocasionalmente algunos seres piadosos; ahora está abandonada.

8.- Dos ánimas y un mismo nombre

Algunos confunden el “ánima” de Rosendo Mendoza con la de Francisca Duarte, pues ambas se llaman Anima del Taguapire. El primero tiene templo en Orituco, como quedó dicho; la segunda lo tiene en la vecindad de Santa María de Ipire. Nadie sabe exactamente quien fue Rosendo Mendoza. Próspero Infante contó poéticamente la vida de Pancha Duarte; a ella también le cantó José Antonio De Armas Chitty(3); y hasta una oración le han escrito, a diferencia del otro que no la tiene todavía, aunque hay quienes piensan redactarla.

Don Nicolás Olivares habló de la desinformación existente acerca de la identidad del Anima del Taguapire. Para él (al igual que para muchos) era Pancha Duarte; así lo creyó por largo tiempo, máxime cuando obtuvo la confirmación de un “médium”, según confesó. Don Nicolás es hermano de Leopoldo, antes mencionado; tiene sesentiseis años de edad; es nativo de San Rafael de Orituco donde reside; cronista preciso; conversador y escritor de palabra fácil, coherente y agradable; es uno de los recursos intelectuales del Orituco.

9.- Una creencia reciente

Las circunstancias dramáticas que caracterizaron la enfermedad, agonía y muerte de aquel hombre, desconocido y misterioso, influyeron quizás en el proceso de veneración popular del Ánima del Taguapire. El culto al “espíritu” de Rosendo Mendoza se ha incrementado en los últimos años. Muchas personas promueven actualmente esta adoración. Es un ejemplo de milagrería popularizada; sin intervención del Vaticano; sin juicios santificadores previos; pero fundamentada en la fe de los cultores, los cuales acuden a ella ante algún problema de difícil solución.

Hay una verdad entre todas las dudas que puedan surgir: la milagrosidad del Ánima del Taguapire es una creencia tradicional del Orituco de reciente formación.

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* Este trabajo fue publicado por primera vez en el Dario La Prensa, año II, Nº 748, San Juan de los Morros, sábado 16 de agosto de 1986, p. 7.

(1) Don Agustín Sosa falleció en Taguay, estado Aragua, el 12 de agosto de 1998, a los noventa y ocho años de edad, cuando aún conservaba una admirable lucidez.

(2) El señor Leopoldo Olivares murió en Altagracia de Orituco, el 28 de enero de 2003, cuando tenía ochenta y cuatro años de edad.

(3) Al momento de publicar este trabajo en 1986, el señor Salvador Ochoa, nativo de San Rafael de Orituco, ya había escrito un soneto titulado Ánima del Taguapire en febrero de 1974, el cual estuvo inédito hasta 1996, cuando fue publicado en el poemario Riberas del Orituco del mismo autor.

Lluvia de aves en Valle de la Pascua

AMELIA LORETO, LOS PÁJAROS Y EL ESPEJO

Alberto Hernández

a Gisela Egui

1.-

Mi abuela Amelia Loreto descubrió que una cara blanca, pálida y estática la miraba desde el viejo azogue del espejo. Por varios minutos dejó los ojos fijos, como muertos, en el rostro anciano que la veía a través de un más allá material y presente. Desde el rincón, los santos, alumbrados por un cirio rosado, la observaban con las pupilas que tiene la tristeza.

A los ochenta años mi abuela engendraba pájaros de diversos colores. El diario “El Nacional” se hizo eco del fenómeno y abrió el cuerpo C con la noticia.

Todos los pájaros nacionales salían de su vientre hinchado, pletórico de cantos diversos. Ella, feliz por cada parto, corría hacia el cuarto donde tenía almacenados los granos para alimentar a sus hijas emplumadas. Los colores llamaron la atención de los partidos políticos y, éstos, atentos a cualquier manifestación cultural, se acercaron a admirar el blanco inocente de los adecos, el verde subido de los loros de Copei, el rojo púrpura que los comunistas llevan en el corazón y en la hemoglobina, el amarillo pupú que Jóvito y mucha gente aún celebra en los araguaneyes, y así.

2.-

Un día, mi abuela, que llevaba el apellido Loreto dos veces, echó al mundo un extraño pájaro japonés. Supo de su nacionalidad por las plumas grifas y por un dejo misterioso en la mirada oblicua. Después de ese alumbramiento se le secó el vientre y las ventosidades del siglo XX comenzaron a acercarla a la tumba. Sin embargo, los pájaros que engendró saltaban de rama en rama alegrando el anciano tamarindo del patio, desde cuya sombra mis ojos miraban llenarse de pájaros picudos, negros, azules, rojos, amarillos, altaneros y de otros colores no mencionados aquí y los sonidos y conductas que no existen en el arcoíris, en el pentagrama o en la consulta de los sicólogos.

3.-

La gente del barrio solía ir a comprarle aves a la abuela, pero ella se negaba a negociar. “¿Cuándo se ha visto que un hijo de una se vende?”, y los regalaba, previas recomendaciones para fastidio de quien era favorecido por la abuela Amelia. “No debes meterlo en jaula. Yo lo parí y lo quiero ver volar por el pueblo, libre como la vida y la muerte”.

Y as{i, de tanto parir pájaros, la población de aves canoras y sordas, que también las había, aumentó en impuestos para el gobierno de la región, porque el ayuntamiento no encontraba qué hacer con tanto bicho tapando el cielo. Valle de la Pascua era una bullaranga de pájaros sueltos en los techos, matas, jardines, árboles, arbustos, altares de santos, calles y aceras, quirófanos, oficinas públicas, cocinas, laboratorios para orina y heces, recibos de prostíbulos, botiquines, tascas, teatros, medicaturas, bufetes de abogados, morgues de hospitales, y policías técnicas judiciales, gavetas de escuelas, canchas de tenis, en todas partes: torditos, paraulatas, carraos, tautacos, cristofués, garzas paleta, corocoras, gonzalitos, cucaracheros, cardenales, canarios, pájaros de todas las especies y tamaños. Y mire que todo esto es verdad, no vayan a decir que el realismo mágico –tan en desuso- me volvió loco de tanto leer a García Márquez, porque el embustero es el colombiano, no yo, lo juro por mi madre.

4.-

El ayuntamiento suspendió las sesiones porque los pájaros no dejaban hablar a los ediles, así sería la bulla que metían mis tíos, porque como nieto de doña Amelia Loreto Loreto todo esos bichos voladores eran genéticamente hermanos de mi padre, el pobre, que no hallaba que hacer con tanta pluma y mierda regada por toda la casa.

Un día, el presidente del cabildo, don Arístides Serrano, miembro del glorioso partido del pueblo, se tragó un tucusito cuando disertaba sobre la construcción de unas cloacas y la ampliación de una cancha de bolas criollas en el barrio Laguna Nueva. Hubo que practicarle una traqueotomía a duras penas porque los pájaros habían invadido también el quirófano del antiguo Hospital Guasco. La abuela demandó al alcalde por haber asfixiado al pobre tucusito.

Cuando le llegó la hora a la abuela, el 24 de diciembre de 1968, a la una de la tarde, pidió un espejo y descubrió que su cara era la de un pájaro amarillo con los ojos azules. Y cuando le tocó despedirse –con la señal absolutoria del padre Rafael Chacín Soto- salió de su cansada boca un trino tan hermoso que jamás olvidaré.

Camino del cementerio el cielo se tornó negro: los pájaros ocultaban el sol y por la noche hubo una lluvia de pájaros, unos vivos, otros muertos, por lo que la hedentina duró nueve días con sus noches. Dicen que se murieron, unos de tristeza, otros de despecho. Lo cierto es que Valle de la Pascua amaneció cubierta de cadáveres emplumados, como aquella vez cuando las calles se cubrían de grillos, que eran acarreados por toneladas hacia los botaderos de basura. Y todo porque mataban a los pobres sapos. Pero esa es otra historia.

El servicio de aseo urbano se lució recogiéndolos. Luego los lanzó en una fosa común porque, pese a ser hijos de doña Amelia Loreto, no estaban legalmente reconocidos.

La rockola de Rodolfo siguió sonando, como siempre, aquella canción de Julio Jaramillo que tanto entusiasmaba a mi pobre abuela.

(Para los incrédulos: estos hechos fueron debidamente confirmados por las autoridades locales. Quien desee saber más acerca de ellos, consultar en el Registro Municipal N° 2 de Valle de la Pascua, Municipio Infante, estado Guárico).

martes, 12 de abril de 2011

TEXTO DEL POETA JESÚS BANDRES

A continuación les presentamos, por medio de imágenes escaneadas, unas páginas mecanografiadas por el poeta guariqueño Jesús Bandres el 25 de octubre de 1982, donde hace pequeñas notas biográficas de intelectuales del distrito Monagas (para el momento) del estado Guárico. Por lo que escribe al final del texto vemos que las notas están destinadas al historiador Adolfo Rodríguez, le pide las mejores y subsane las involutarias omisiones. Bandrés cuenta con 76 años, es una fuente de información de primer orden de la región de Orituco. Estas páginas las damos a conocer gracias a la colaboración del cronista de San Juan de los Morros, el periodista y escritor Argenis Ranuárez, él cual permitió que escaneáramos los originales que están en sus archivos. Agradecemos a la escritora Valeria Montilla el trabajo de escaneo y conversión manejable de las imágenes. Para ver con detalle las páginas fotografiadas es recomendable hacer primero click y posteriormente use el zoom sobre las mismas.


UN RECUERDO PARA PEDRO MANUEL ESCOBAR RAMÍREZ

Manuel Soto Arbeláez

El Br. Pedro Manuel Escobar Ramírez desciende por vía paterna de Pedro Manuel Escobar Irazábal, de quien se dice peleó con los ejércitos patriotas en la Guerra de Independencia, e incluso que fue de los héroes de la batalla de Carabobo con el grado de Capitán de Caballería, cosa que no se ha podido demostrar documentalmente. De hecho, él no aparece registrado en el Índice de Ilustres Héroes de la Independencia Suramericana, según recopilación del Dr. Vicente Dávila en 1924 con motivo de la conmemoración de los primeros 100 años de la Batalla de Ayacucho, utilizando la documentación de los combatientes previamente registrados que se encuentra en el Archivo General de la Nación. Tal vez no reclamó sus haberes militares de acuerdo a la ley emitida por el Libertador Simón Bolívar en 1827, que establecía que todo aquel soldado u oficial que demostrara fehacientemente su participación en el ejército libertador de 1814 a 1824, se hacía acreedor de un Haber Militar y de su despacho de Ilustre Héroe. Escobar Irazábal testó en 1856 en La Pascua, documento que, según me han informado, ha sido rescatado y revisado por estudiantes de post grado en Historia de las universidades del Guárico. Quisiera tener una copia de ese documento para estudiarlo y poder ver si en él se alude a su condición de oficial retirado.
Se sabe que Pedro Manuel Escobar Irazábal casó con doña Obdulia Gutiérrez, teniendo como hijos, entre otros, a Pedro Manuel Escobar Gutiérrez, Benito Escobar Gutiérrez, Ricardo Escobar Gutiérrez y a María Francisca. Don Ricardo Escobar Gutiérrez, muerto en 1904, tío de Pedro Manuel Escobar Ramírez, fue amigo y contertulio del doctor Víctor Manuel Ovalles Carlomán y del presbítero Juan Santiago Guásco, a quienes contaba historias y anécdotas de Valle de la Pascua, donde había nacido en 1828. En la casa familiar se celebraban tenidas literarias a las cuales asistían, además de Ovalles quien era el principal animador; Aarón Benchetrit, judío marroquí, futuro médico, quien se incorporó a las tenidas a partir de 1898 hablando el Castellano conocido como Ladino; Nicasio Camero, periodista contestario que en una ocasión fue preso y le cerraron el periódico que dirigía por el grosor de las denuncias que hacía, del tiro se mudo a Altagracia de Orituco; el profesor caraqueño Dr. Manuel Segura Mijares, director fundador del Colegio Zamora, muerto en La Pascua en 1894, abogado, matemático y orador, se incorporó a las reuniones a partir de enero de 1890; Br. Julio Cedeño Gutiérrez, preceptor de una escuela unitaria a partir de 1884; José Ramón Camejo Sabino, subdirector del Colegio Zamora, a partir de 1892; Presbítero Doctor Pedro José Miserol, vicario local, participó en las veladas a partir de la muerte del padre Guásco a quien sustituyó en 1886; Eugenio Celis, maestro de escuela y poeta; Manuel María Medina, General Pedro Arévalo Oropeza y otros; siendo en ese ambiente de discusiones culturales donde se criaron los muchachos Escobar Ramírez oyendo las intervenciones de género histórico-literario. De allí les venía la vena literaria que siempre cultivaron. La casa solariega de la familia Escobar Gutiérrez estaba ubicada en la llamada esquina de la Torre, cuadrante sur-oeste de la actual plaza Bolívar, antes llamada plaza principal. Era un caserón de dos plantas que fue demolida para construir el edificio donde actualmente está la zapatería Llanera. El último dueño de la misma fue el señor Baudilio Ortiz, a quien se le recuerda en guardacamisa tomando el fresco de la tarde en el balcón de la casona. Los hermanos Escobar Ramírez fueron hijos de Pedro Manuel Escobar Gutiérrez y doña Aquilina Ramírez. Reporta don Lorenzo Rubín Zamora que Pedro Manuel nació en 1876 y casó con la señorita Olegaria Sánchez Prieto, natural de Chaguaramas quien se distinguió como poetisa y oradora. No hubo descendencia de este matrimonio. Pedro Manuel y su hermano Gerónimo recibieron las primeras instrucciones básicas en la escuela privada de don Eugenio Celis.


En esta foto oscura de 1902, tomada por el fotógrafo barinés, de origen francés, F. Avril, se puede ver al fondo la casona de dos plantas heredada por los hermanos Escobar Gutiérrez. Fue allí dónde transcurrió la niñez de los Escobar Ramírez. Puede notarse que la Plaza Principal (todavía el Municipio no le había cambiado el nombre a Plaza Bolívar) era totalmente despejada. No tenía cercas de ningún tipo. La estatua en el centro, que si está cercada, corresponde a una figura monolítica llamada María la Paz, puesta allí en conmemoración de la reunión que en 1831 sostuvieron los generales José Antonio Páez Herrera y José (Judas) Tadeo Monagas Burgos, después de la cual legalmente se intentó cambiar el nombre de la ciudadela de Valle de la Pascua a Villa de la Paz. La foto fue publicada en la famosa revista caraqueña El Cojo Ilustrado, forma parte del conjunto de tomas para la elaboración del plano militar de Venezuela ordenado por Cipriano Castro en 1902, trabajos encomendados al ingeniero Santiago Aguerrevere. En la casona funcionó por muchos años en la planta baja una barbería y una sastrería y otros negocios que no recuerdo. Foto cortesía del Br. Arturo Celestino Soto Loreto.

Don Pedro Manuel Escobar Gutiérrez y doña Aquilina Ramírez fueron los padres de Pedro Manuel y Gerónimo Escobar Ramírez, ambos distinguidos intelectuales vallepascuenses con obra dispersa en los diferentes periódicos que allí se editaban. Pedro Manuel, de espíritu tranquilo, desarrolló una gran labor pedagógica y fue funcionario, varias veces secretario del Concejo Municipal del Distrito Infante, se recuerda que como Síndico Municipal firmó la concesión que el Municipio dio a los señores Simón Zamora Hernández y Luis Adolfo Melo, para que explotaran el servicio telefónico en toda el área del Distrito Infante; mientras que Gerónimo tuvo una juventud fogosa, bohemio de buena copa y de buen estilo literario, distinguiéndose por su condición de poeta repentista, encendida oratoria y a su conocimiento de leyes y preceptos que le proporcionaban el diario yantar. De ellos escribí largamente en mi libro El Guárico Oriental 3, tomado de unos trabajos del profesor Pedro Díaz Seijas publicados en la prensa caraqueña de los 1940s y principios de los 1950s. No se conoce descendencia de estos dos ilustres ciudadanos. Gerónimo no se casó y Pedro Manuel lo hizo con la literata doña Olegaria Sánchez Prieto originaria de Chaguaramas, sin descendencia como he dicho.

Pedro Manuel Escobar Ramírez nació en Valle de la Pascua en 1876. Estudió primaria en las escuelas unitarias locales fundadas a partir de 1874 por el gobierno del general Antonio (Leocadio) Guzmán Blanco, siendo Secretario de Instrucción Pública Nacional el Dr. Martín J. Sanavria(sic). Su primer maestro fue don Eugenio Celis En 1890 formó parte de los primeros estudiantes que ingresaron al instituto privado de educación secundaria vallepascuense conocido como “Colegio Zamora”. Este colegio debió cerrar sus puertas en 1895 debido a problemas de tipo económico, pues los padres de familia que sufragaban los gastos de la educación de sus hijos no podían seguir soportando ese pesado compromiso, sobre todo si se toma en cuenta que Calabozo, Zaraza y Altagracia de Orituco tenían instituciones secundarias financiadas por el Estado y a pesar de varios pedimentos al gobierno Nacional, a Valle de la Pascua no le fue concedido una institución de este tipo. Al oriente del río Unare ese privilegio lo tenía también Aragua de Barcelona, que además poseía la facultad legal de expedir títulos de bachiller en diferentes opciones.

Una vez cerrado el “Colegio Zamora” el Br. José Ramón Camejo Sabino se llevó a los estudiantes, cuyos padres tenían posibilidades económicas, hasta esa ciudad del estado Anzoátegui para que coronaran sus estudios secundarios. Se recuerda que en ese grupo fueron Anteportam Pedrique, Juan Antonio Padilla, E. Díaz Vargas (futuro médico), Miguel Lorenzo Ron Pedrique (futuro médico), Miguel Ignacio Méndez, Jesús María Istúriz López (futuro médico), Luis Díaz Vargas y Pedro Manuel Escobar Ramírez. Algunos de ellos siguieron carreras universitarias como E. Díaz Vargas, Ron Pedrique e Istúriz. Los otros, tan capaces como aquellos, se quedaron en La Pascua. El Br. Méndez fue un reconocido agrimensor egresado de Aragua de Barcelona con ese título. Ejerció su profesión en La Pascua; Anteportam Pedrique, Juan Antonio Padilla y Pedro Manuel Escobar fueron bachilleres en Filosofía y Letras. Anteportam Pedrique se dedicó al comercio, Juan Antonio Padilla fue educador en La Pascua, Los Teques, San Juan de los Morros y en Nueva York, donde vivió los últimos veinte años de su vida. Pedro Manuel Escobar se dedicó a la educación tanto pública como privada. Fue secretario del Concejo Municipal, escribiente de tribunales, escribiente y redactor de papeles jurídicos para el registro público local, orador de orden en diferentes actos institucionales, Síndico Municipal y cuanta actividad cultural requiriese de su desempeño.

P. M. Escobar Ramírez fue, además, conferenciante y escritor de obras teatrales, llamadas alegorías, como la que montó en 1924 en Valle de la Pascua con motivo de la celebración de los 100 años de la Batalla de Ayacucho. En esa “Alegoría” los cinco países liberados por Simón Bolívar, incluyendo a Panamá, fueron representados por las señoritas (niñas) Pura Díaz López, Laura Moreán, Eleute Ramírez, Luisa Lasaballet, Amalia Delia Cherubini Díaz, Cleo Celina Álvarez, Lucinda Matos, Tarcicia Manuitt, Cristobalina Ortiz y Yofrina Peraza. Entre los niños dirigidos por Escobar se distinguieron José Isaac Díaz, Carlos Zaá Pérez, José L. Cherubini, Alcibíades Escobar, Porfirio Peraza, Parminio González Arzola, Rumeno Isaac Díaz, Efraín López Istúriz, Manuel Santaella Ledezma y Simón Zamora Hernández. Su esposa Olegaria Sánchez lo acompañó en todos los eventos que le tocó desempeñarse. Ella tuvo la acuciosidad y el verbo siempre dispuesto para dar lo que hoy llamaríamos mítines, especialmente de tipo religioso como los discursos que pronunció en prosa farragosa en 1922, con motivo de la visita pastoral de monseñor Arturo Celestino Álvarez. No tendría nada de extraño que en la intimidad del hogar Pedro Manuel Escobar Ramírez ayudara a su esposa en la redacción de esas alocuciones que desgraciadamente el viento se llevó. Muy poco quedó escrito de esas plegarias de doña Olegaria, pero tampoco de lo escrito por Pedro Manuel. Todo está por allí disperso en espera que alguien pueda emprender la tarea de recopilarlos. Tarea, creo yo, que debería ser encomendada a las Universidades locales. Debemos notar que Escobar Ramírez no pudo dar el discurso de cierre de las fiestas de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1924, por la muerte de su madre. Sus palabras fueron leídas por el concejal López Borges.

Sobre la vida del Br. Pedro Manuel Escobar Ramírez, ilustre vallepascuense, se incluye el presente trabajo del profesor Pedro Díaz Seijas sobre el personaje, aparecido en El Universal del 22/05/1950. Se destaca en letra cursiva para señalar que el mismo se copia textualmente, no hay plagio alguno:

Bajo generosa y noble iniciativa de la Casa Guárico (de Caracas), institución al servicio de la venezolanidad, se habrá de rendir dentro de muy poco, un homenaje justiciero a Pedro Manuel Escobar Ramírez. Es un hombre del Llano. Del corazón del Guárico. Nativo de Valle de la Pascua. Vivió en el silencio más elocuente en el que pueda vivir un hombre de talento. Muchos recuerdos guardamos los que logramos conocerle. Era un hombre humilde y honesto hasta el extremo. Se pasaba de honesto. Parece que practicaba una filosofía esencialmente escéptica. Frente a su mundo, prefería evadirse. Como que sabía el rumbo de su propio destino. Lo conocí cuando yo tenía pocos años. Era Escobar Ramírez, un hombre entrado en edad, todos admirábamos su entereza moral y su vida retirada. Era silencioso pero admirablemente expresivo. Todavía lo recuerdo, como cuando paseaba por las calles de la población con su actitud de filósofo convencido. Lentamente contemplaba el paisaje. El se había nutrido de las más puras fuentes de la tierra. Se identificaba con ella. Jamás pensó en el éxodo. Estaba abrazado a su geografía, como el hijo los hace con la madre. Nunca denigró de nadie. Prefería evadirse del mundo para no tropezar con nada. Había mansedumbre en su palabra y en su vida. Escobar Ramírez era todo un hombre. Sabía comprender las flaquezas humanas aún cuando él difícilmente flaqueaba. Se conocía muy bien. Tenía noción de su propio valer, había practicado bajo el don de su inteligencia la lapidaria sentencia de Sócrates: “conócete a ti mismo”. Por eso era sencillo. Y amaba las cosas sencillas. Su vida fue simple. Sin ambages. No abusaba de su talento. Siempre permaneció fiel a su concepción de la vida. No ambicionaba glorias efímeras, probablemente, si, glorias eternas. De aquí que su existencia, luminosa en el concepto puro de las cosas, pasara inadvertida para muchos que no alcanzaban las sandalias de oro de ese hombre íntegro y verdaderamente inteligente. En su pueblo, todo el mundo se había acostumbrado a mirarlo con cariño. Ya era algo en su actitud, en su vida misma, Escobar Ramírez reflejaba su propia vida de escritor. Lástima que su obra quedó dispersa en periódicos; casi todos de la provincia. ¿Qué estilo tenía? Todavía recuerdo un pequeño trabajo suyo publicado en un periódico de mi pueblo, donde campeaba las más castiza y elegante prosa. No puedo olvidar jamás ese trabajo publicado en Arte y Labor que destilaba miel fresca, néctar para embriagar al más exigente catador de la literatura castellana. Recuerdo que Escobar citaba a Amicias en su pequeña joya. Nada más justo. El estilo de Escobar era tan noble y transparente como el del escritor italiano. Y no sólo la forma elogiable en la pequeña y dispersa obra literaria de Escobar Ramírez, sino también su densidad. Era pensador aquilatado. Siempre resuenan en mis oídos las alabanzas que un compañero de colegio de Escobar Ramírez prodigaba a un discurso suyo pronunciado en el Colegio Federal de (Aragua de Barcelona) con motivo de su colación como Bachiller en Filosofía y Letras. Nunca –ponderaba mi maestro, Juan Antonio Padilla-, el compañero de Escobar Ramírez, el cual he hecho referencia había oído discurso tan completo y hermoso. Como orador era un portento. Era de la escuela de Cecilio Acosta. Sus claros conceptos los reforzaba con su estilo sencillo y preciso, preñado de belleza. Escobar era un poeta en prosa. Prosa limpia, escrita con el aplomo y desenvolvimiento de un maestro.

Era un hombre de cultura, intensa y extensa. Había asimilado con naturalidad, sin desplantes, las lecturas de su juventud. Había sido educado en la escuela de los Clásicos. Como ellos, poseía el equilibrio, la sobriedad, lo perfecto, lógicamente del estilo. Y tenía cierta arrogancia romana, tanto en su vida como en su obra. Sin duda, conocía a fondo los grandes escritores latinos. Escobar era un latinista consumado. Fue uno de esos casos aislados; pero hermosamente paradójicos de la realidad venezolana. Uno como caso a lo José Luís Ramos, hombre que jamás traspasó los linderos de su suelo nativo; pero que era realmente, sin ser un autodidacto puro era un humanista respetable. Escobar Ramírez era de esa Escuela. Sin embargo un hombre y un escritor formado al calor de “su propia voluntad y de sus propias inquietudes intelectuales”. Pero quizás, la obra fundamental de Pedro Manuel Escobar Ramírez no radica en su producción literaria, que fue escasa y permanece dispersa, sino en su labor de Maestro, de orientador, de guiador intelectual de las más jóvenes generaciones de su pueblo. Él persuadía con su palabra. Era una voz de confianza, la suya, aun cuando hablaba poco lo que decía perduraba como apuntaba Cecilio Acosta de sí mismo.

Su caso, insisto, se puede parangonar exactamente al del José Luis Ramos. Por supuesto, guardando las diferencias correspondientes de generación y de trascendencia nacional de la obra. Como apuntaba Mario Picón Salas, en su Formación y Proceso de la Literatura Venezolana, Ramos ganó más discípulos con su propia enseñanza personal, sus consejos directos, su nutrida biblioteca que con su pura y simple obra literaria. Escobar Ramírez puede ser situado en un ángulo igual. Mas, se le recuerda como hombre que escribió una obra con su vida, que como escritor que escribió en su vida una obra. En muchos de nosotros, perdurará el recuerdo de su filosófica existencia.

Un hermano de Pedro Manuel Escobar Ramírez ha transitado el mismo camino. Nosotros escribimos una vez una semblanza de él. Se llama GERÓNIMO ESCOBAR. Aún vive. A Gerónimo Escobar le sobra talento. Pero el medio, la vorágine de la llanura, el tremedal, reclamo su vida definitivamente. Como Pedro Manuel, su obra permanece dispersa. Permanece a un pasado que es necesario revivir para estímulo y aliento de las nuevas generaciones guariqueñas.

La Casa del Guárico, se propone hacer justicia a ilustres coterráneos. Y allí están la mano generosa que los desempolve. Una Biblioteca llevará el nombre de Pedro Manuel. Nada más justo, nada más de acuerdo con la memoria de aquel que vivió entre libros entregado siempre con un rictus de esperanza en sus labios a la contemplación. (Fin de la cita). Caracas 22.5.1950 El Universal”. Caracas, 22 de marzo de 1950.

Nota: Para mayor información sobre los eventos de 1922, venida de monseñor Álvarez y 1924, centenario de Ayacucho, ver mí libro El Guárico Oriental 3, edición propia, Valle de la Pascua 2006.

MSA. Fax (0212) 285 8957 E-Mail: manuelsotoarbelaez@yahoo.com Los libros El Guárico Oriental 1, 2 y 3, en Librería La Llanera, calle Guásco frente a la plaza Bolívar, Valle de la Pascua.

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