miércoles, 25 de agosto de 2010

PALABRAS SOBRE LUIS JOSÉ

Edgardo Malaspina


Una mañana tristísima enterramos a Luis José, hijo de María Eugenia y José Luis, nieto de Inés Tiape y del Dr. Argenis Ranuarez .

La muerte de un humano nos concierne a todos, recordemos aquello de por quién doblan las campanas; la de un ser querido es muy dolorosa; pero cuando muere alguien que debe partir luego de nosotros, por razones que dictan el tiempo y la biología, el desconsuelo es inmenso. La muerte prematura es la verdadera muerte.

Por eso se afirma que la desaparición de un hijo es la mayor tragedia que enfrenta una persona y el sufrimiento que provoca es prácticamente insuperable. Semejante infortunio de proporciones himaláyicas devastan el alma y hacen más frágil la existencia porque no tienen una explicación ni racional ni pasional.

Tal vez a una situación lúgubre como esta se refirió Vallejo en Los heraldos negros: Hay golpes en la vida, tan fuertes…Yo no sé¡/ Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,/ la resaca de todo lo sufrido/ se empozara en el alma…Yo no sé¡

Luis José, apenas un párvulo de quince años, de cuerpo grande y corazón más grande aún, cayó víctima de esa vorágine sangrienta que atraviesa cual daga el pecho de la patria para arrancarle vidas inocentes, los sueños y el futuro.

Luis José, muchacho hogareño, servicial y bondadoso, era para Argenis su nieto, su hijo y su sombra…

A pesar de esta desgracia fúnebre del destino, Argenis, abatido y desconsolado, enfrentó el momento amargo con entereza filosófica. Rogó a Dios para que el dolor nos hiciera mejor a todos, abogó por la paz y el entendimiento en nuestro país; y finalmente, con la nobleza que sólo tienen los espíritus mandelanianos, pidió perdón para los culpables.

Una mañana tristísima enterramos a Luis José ,y nunca antes los versos de Andrés Eloy Blanco tuvieron tanta fuerza: cuando se tiene un hijo, se tienen todos los hijos del mundo.

Las medusas insurgentes

Roscio: libertad, despotismo e Historia

Ponencia presentada en el

VI ENCUENTRO DE CRONISTAS, HISTORIADORES E INVESTIGADORES

ORTIZ, 20 DE AGOSTO DE 2010


Nicolás Soto


Juan Germán Roscio
San Francisco de Tiznados (27 mayo 1763)
Villa del Rosario de Cúcuta (10 marzo 1821)

Lejos de mí el competir con los historiadores serios al bosquejar estas disquisiciones. Carezco del método, formación y disciplina para ello. Me anima tan sólo la fascinación al haber disfrutado, por fin, de un texto medular en los anales del pensamiento político hispanoamericano: El triunfo de la libertad sobre el despotismo, de Juan Germán Roscio.
A veces encajamos severos impactos metamorfoseando radicalmente nuestra visión de las cosas. En mi caso personal, crecí imbuido de la versión epopéyica, ditirámbica y apolínea de la Historia patria, donde héroes homéricos se batían, con denuedo de espartanos en Las Termópilas, contra un imperio godo, fementido y falaz. Y aun cuando en el bachillerato de los años sesenta de la pasada centuria los textos de J.M. Siso Martínez, Humberto Bártoli, Dionisio López Orihuela y otros más porfiaban en su intento de barnizarnos con una gnosis crítica, la cháchara épica no dejaba lugar para el análisis ponderado. Quizá influía allí la inmadurez propia de aquellos álgidos días, más la urgencia de aprobar un sinnúmero de materias, en una educación media atiborrada de eclecticismo, pero con mucha mayor calidad (creo, honestamente) que la observable hoy.
Mas, heme aquí a finales de esa década sesentera devorando un mohoso volumen del Cesarismo democrático, de Laureano Vallenilla Lanz. En medio de la defensa de su tesis del “gendarme necesario” como basamento de una sacristía ideológica para la dictadura de Juan Vicente Gómez, este representante de la corriente positivista venezolana deslizaba pertinazmente una idea para mí pasmosa: nuestra guerra de independencia fue, por antonomasia, una guerra civil. Se me desdibujaron en seguida las trompetas olímpicas y los centauros recamados en bronce.
Para complementar este porrazo psicohistórico, la publicación, a principios de los setenta, de Boves, el urogallo, del connotadoshrink1 caraqueño Francisco Herrera Luque me confirmó esa apreciación. Se me borró del discernimiento, de una vez por todas, el cruel cabecilla asturiano como engendro y epígono de Fernando VII, legatario del “Españoles y canarios, contad con la muerte…” del Decreto de Guerra a ídem. José Tomás Boves nos irrumpió urogallamente, cual un Atila pelirrojo a la cabeza de nuestros llaneros, de mis paisanos guariqueños de Cazorla y Guayabal, desbocados en una orgía impía de lanzazos, desguazando tripas, decapitando blanquitos, buscando —sin concientizarlo— redimir siglos de ignominia bajo un sistema de castas y segregación. Serían los mismos llaneritos seducidos luego por el catire Páez para la causa libertaria. Posteriormente, a mediados de los ochenta, le esgrimí al autor de Los amos del valle, en una conversa semiprivada, una conjetura sin sustento documental alguno pero rebosante de la lógica impenitente de las luchas por el poder: si a Boves no lo liquidan en Urica, a finales de 1814, seguramente se hubiera proclamado jefe absoluto de Venezuela, quizás rey, quizás emperador, Taita supremo con toda seguridad. Es decir, habría sido el gestor de una emancipación alucinante. Bolívar habría quedado tejiendo gorro. Una pelusa2.
Vino toda esta disgresión al pelo para puntualizar la omisión histórica, al menos en cuanto se refiere al conocimiento manejado por el común de los venezolanos, de personajes de la índole de Juan Germán Roscio. La óptica perdonavidas enumerada arriba, más el paladar militarista y endiosador resurgente entre nosotros cada tanto en tanto (como ahora), relegan a los próceres civiles al desván. Sincerémonos, sin embargo, pues éstos no descollaron por su ingente número. Las degollinas boveras y el torbellino de la Guerra a Muerte se cebaron en demasía con estas figuras —hablamos de Miguel José Sanz, Francisco Javier Ustáriz, Coto Paúl, entre otros— y su ausencia colocó el fiel de la balanza histórica del lado de las figuras militares.

El mérito de Juan Germán Roscio estriba en su esfuerzo por darle consistencia filosófica —hoy utilizaríamos el adjetivo epistemológico— a un movimiento insurgente esmaltado en violencia, odios y vejaciones inenarrables. No lo olvidemos: nuestra guerra de emancipación resultó la más cruel, prolongada y sanguinaria de todo el hemisferio. Roscio sobrevivió al período más virulento y concentró sus energías en dar a la luz un denso manuscrito, sorprendente por la profundidad y contundencia de sus argumentos en pro de la causa independentista.
Publicado en 1817 en Filadelfia, Pennsylvania, EEUU, El triunfo de la libertad sobre el despotismo es un alegato lúcido, blindado y coherente hasta en los más nimios detalles. En lugar de afincarse en los argumentos de la razón —tal como la entendían los enciclopedistas franceses, a su vez influidos por filósofos liberales ingleses como John Locke y David Hume— Roscio, doctor en derecho canónico y doctor en derecho civil por la universidad de Caracas, se sumerge en las sagradas escrituras del cristianismo para rebatir el derecho divino de los reyes y para substanciar el anhelo irreductible de libertad en los seres humanos.
Citemos a la antropóloga Nydia Ruiz3: “Roscio trata de conjugar orgánicamente la fe y la razón, constituyéndose este planteamiento en una visión particular por cuanto emplea una estructura epistemológica y axiológica hasta ese instante desconocida para los intelectuales de la Colonia y los actores de los movimientos pre-independentistas”. En contraposición a cierto clero voceador de consignas contra el proceso liberador salmodiando supuestos atributos heréticos, blasfemos y anticristianos al oponerse los insurrectos venezolanos al origen divino de la autoridad monárquica, Roscio despliega una erudición bíblica superlativa para demostrar precisamente lo contrario.
Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza, atribuyéndole el sentido inalienable de su libertad. Esta condición no puede jamás supeditarse a la sumisión, a la genuflexión y a la humillación ante otra personalidad por más monarca, emperador, caudillo o amado líder que pretenda ser.
Citando un sinfín de textos sacros pertinentes, el redactor de nuestra Acta de Independencia sacude las conciencias religiosas de su tiempo, despercudiéndolas de tres centurias de pensamiento colonial conformista supuestamente justificado en el verbo divino, interpretado a discreción por los defensores del absolutismo. Dios, afirma Juan Germán Roscio, diseñó el libre albedrío de las personas quienes, al juntar sus acciones y pensamientos en función del orden social, plasman la soberanía del pueblo. Por consiguiente, el Creador abomina de la tiranía y el despotismo. No ha sido sino la interpretación capciosa de la sagrada escritura, por parte de personajes adictos al poder, el cincel que talló el edificio de la tiranía. La lectura directa de los Testamentos aboga por la libertad y la dignidad de los humanos. El padre Luis Ugalde4 resume con estas palabras la interpretación seminal de Roscio en El triunfo de la libertad sobre el despotismo: “Dios no justifica a los tiranos, sino que todo gobernante sólo es legítimo si es servidor del bien común”.
Mencionemos, para finalizar, la defensa hecha por Roscio al derecho a la propiedad y al derecho a resistir. En el capítulo cuarenta y nueve, narra el asesinato ordenado por Jezabel, mujer del rey Acab, en la persona de Nabob. El profeta Elías abjura de tan siniestros personajes por tamaño crimen y despojo. Los reyes o gobernantes no pueden, por consiguiente, abrogarse la potestad de quitar la vida y desvalijar a cada cual de lo que es legítimamente suyo, así esgriman la excusa de su autoridad e inmunidad. Si contravienen tan sagrado principio, los ofendidos y esclavizados por tales desafueros tienen el permiso de Dios para desobedecer y, eventualmente, librarse de estos desenfrenados mandamases.
Bolívar siempre reconoció la inmensa valía de Juan Germán Roscio como escritor, jurista y hombre de luces. Un verdadero prócer civil. Un héroe del pensamiento.

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1 Shrink: anglicismo por loquero, psiquiatra. Proviene de shrink heads, encoge cabezas, como ciertas míticas tribus de la cuenca amazónica.
2 Estoy tentado de aventurar un ejercicio narrativo desgranando esa posibilidad: Boves, the Liberator. Seríamos hoy, consecuentemente, la república boviana (¿o bovina?). Lo haré, ojo, si logro desprenderme de la abulia, la pereza, la modorra, el postín y la pecueca. ¡Albricias!
3 Las Confesiones de un Pecador Arrepentido: Juan Germán Roscio y los Orígenes del Discurso Liberal Venezolano, Fondo Editorial Tropykos, FACES de la Universidad Central de Venezuela Caracas, Venezuela. 1996. Pág. 25.
4 El Nacional, jueves 5 julio 2007.

El Motor de aire desafía la segunda Ley de la Termodinámica. Invento de un guariqueño.