sábado, 15 de agosto de 2009

Francisco Lazo Martí a cien años de su muerte: BRAZO ARMADO DE LA PALABRA

Texto leido el 10 de agosto del 2009 en la Plaza Francisco Lazo Martí de Calabozo

Alberto Hernández


Después soñé que soñaba.
Antonio Machado

El llano es una ola que ha caído
El cielo es una ola que no cae
Lazo Martí

1.-
Una historia plena de duros adjetivos

Un país de ficción, de larga historia, donde Balzac, Víctor Hugo o Emile Zola no vacilarían en afirmar haber tomado parte. Desde esas páginas salidas de la imaginación de aquellos genios de las letras, el hombre que mira desde lejos -en un consultorio pobretón, colmado de miserables arropados con una piel de zapa, de fantasmas contagiados de viruela negra- es sólo una referencia, parte de la comedia humana de un pequeño territorio arruinado, azotado por diversas pestes y vicios. A los que respiramos hoy nos queda la imagen perdida, casi borrosa, de quien nos llenó los oídos con sus dolores en versos, pero más –si se trata de su biografía- de la vida que lo llevó a ser protagonista y otras veces testigo de la misma patria, dibujada por Alberto Arvelo Torrealba, también enferma de muerte, odios, revoluciones demenciales, llagas verbales y carnes desprestigiadas por la podredumbre bajo el cielo inmenso de un mapa que no termina de trazarse en el espíritu de sus moradores.
Y bien que lo llevó Arvelo Torrealba en el primer ensayo del libro Lazo Martí, vigencia en lejanía, texto mayúsculo que sigue siendo lectura necesaria para los que aún no se han paseado por aquella Venezuela que casi sigue siendo la misma en estos tiempos de nubes oscuras y pasiones encontradas.
Una lectura poco rigurosa nos permite entrar en estos sonidos: “la época más aciaga…ráfagas de barbarie…merma violenta del patrimonio público…ilícitas pechería, traiciones, componendas, laudo concretado en despojo, bloqueos, quiebra de la moral ciudadana”, y así hasta desembocar en la única faena producto del hambre y la ignorancia: “la del guerrilleo, con el gobierno o contra el gobierno, a menudo en función de pillaje, excelente coyuntura para cambiar en oro y prestigio el valor personal y la audacia de los afortunados”. Sustantiva, oral, aquella Venezuela, aquella patria que respiró el poeta Lazo Martí y que lo llevó a practicar la medicina, la poesía y la guerra para quedar marcado como parte del tiempo de “los atributos del guapo regional y luego del caudillo”.
Ese hombre que mira desde lejos, apoyado en la ventana, bajo el sol de Zaraza o embargado por la lumbre polvorosa de la noche, es el mismo que oye los ruidos de los sables, el de las armas de fuego y siente los balazos, los machetazos de quienes caen envueltos por las sombras y el barro de las lluvias y el polvo de la sequía. Es el mismo –ficción o realidad- que se sacude la pólvora sumido en el paisaje al que le extrae sus códigos y los convierte en imágenes poéticas. Es el mismo que atiende a los heridos, a los llagosos, a los purulentos, a los tuberculosos, a los tísicos del hambre, y que podía –a la sombra de alguna tarde silenciosa- escribir: “En estas horas crepusculares/ en estas horas que van llegando,/ que van llegando con los pesares// mientras las aves se van posando/ sobre las ramas que mece el viento:/ alegre y triste se va volando// se va volando mi pensamiento,/ con ese soplo, por esas ramas,/ mi hogar buscando por un momento,/ buscando amores, buscando llamas…”.
Y más allá de otra intemperie, dejar en el vacío de la hora la mirada en el paisaje, mientras el país –quebrado por la violencia y la locura- develaba “la perpetua beligerancia entre gobiernistas y “revolucionarios”, como vuelve a afirmar el poeta barinés, quien no deja de atender la realidad de aquel pedazo de tierra plena de una “horda de logreros, sus políticos. Su patrimonio, botín de adulados y aduladores”, para remarcar el cauce de la primera parte de su estudio.
Este es el estadio vital de Pancho Lazo Martí: una geografía llena de sangre, verbalizada por el odio y las divisiones.


2.-
La misma tierra, la misma soledad

En el libro Hombre, paisaje y fábula, del autor español Manuel de Val, radicado en Venezuela, nos topamos con estas palabras dedicadas al poeta Antonio Machado: “Castilla es tierra absorbente, rectoral, tierra que modela y que no se deja dominar, páramo que se hace cielo y en el que el hombre se espiritualiza y siente la irrefrenable tentación de elevarse, de subir a las cumbres más altas y hacerse asceta, o de convertirse en santo y marcharse hacia Dios”. Pareciera también dedicado al poeta de este llano que también es absorbente, rectoral, tierra que modela y que no se deja dominar, páramo que se hace cielo… La misma tierra si la vemos desde el poema, desde el trozo de alma que emerge andariego del cuerpo aporreado del hombre que sigue -con la mirada puesta en el mundo que afuera se debate- desde la ventana de su pobre consultorio.
El paisaje cantado por Lazo Martí no es el que sus ojos ven. El paisaje cantado por el poeta es el que busca ver, el que anhela eternizar, mantener a su lado, como invita en la Silva Criolla al bardo amigo. El paisaje de Lazo Martí, el llano de este poeta calaboceño, es el que intenta recrear en cualquier paisaje que tropiezan sus viajes, convertidos en retornos, en regresos que se traen otros lugares. De allí entonces que el paisaje se haya convertido en país, en pasaje de imágenes que construyen una nacionalidad, la de las palabras, el mejor armamento para amasar la patria que no debe ser vencida por quienes, como afirma Arvelo Torrealba, la quieren convertir en “juguete de rábulas y mandones”. Ese es el paisaje que lleva el poeta en su alma. El mismo de Machado en las alforjas del Quijote, llenas de páginas, de palabras, de voces, de locuras dispersas. Ese es el paisaje que se podido inventar partiendo de la tierra que lo vio nacer. Y así como se hizo idiolecto, él es un paisaje: su voz, el ahogo de la impotencia, el trazo de su escritura, su soledad desde la ventana que sigue allí en algún verso extraviado, mientras un paciente anónimo muere en una calle, acosado por la fiebre y la desesperanza.
Si bien el poeta español dejó marcada su huella en el polvo manchego, suerte de autorretrato, también Lazo lo hizo frente al mar, bajo la ola que no cae, donde con amarga dureza convirtió al gigante marino en ángel exterminador, armado con la rabia que habrá de arrasar y luego revelar en inundación genética.
Imagen bíblica de revés, donde primero mora el Apocalipsis y luego del comienzo, el verbo cósmico, molecular, que será el “nuevo hombre”. Se trata de versos de las Primeras páginas, recopiladas por el profesor Carlos César Rodríguez:

¡Tiranos de la tierra, ennoblecidos
con el crimen, la sangre y la ambición.
Traidores y serviles palaciegos,
día llegará de pena y expiación¡

**

Cubierto por las aguas, el planeta
girará en el espacio, y del profundo
un ángel surgirá para crear
nuevos hombres y formas: nuevo mundo.

El paisaje humano le aportó al poeta llanero esta imagen pesimista, pero a la vez esperanzadora. Poemas románticos que luego, con el paso de los poemas y los años, se hicieron modernistamente nativistas. Y mientras Lazo recreaba al venezolano, lo extraía de su paisaje para definirlo y colocarlo frente a sus yerros y miserias, el español, el de La Mancha, volvía a la infancia, allá en Castilla, y asumía el reto de hablar con su congénere, con “su” nuevo hombre:

Converso con el hombre que siempre va conmigo
-quien habla solo y espera hablar con Dios un día-;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.

Se preguntará el mundo qué relación puede existir entre ambos autores. Seguramente los separa un paisaje distante. Los acerca la idea del hombre: mientras el llanero desnuda las llagas de su tiempo, el castellano se arrima a la enseñanza de la filantropía. ¿O es que acaso no llevaba el calaboceño, en medio de tantos dolores, el mismo deseo? ¿No curaba enfermos? ¿No tomó un arma en sus manos para librarse de la dictadura de un Cipriano Castro a través de la imagen de un Joaquín Crespo? ¿No se vació en silencio, seguramente con lágrimas, por la tragedia de su patria? Son dos lugares, dos espacios donde habita ese deseo de comunicarse con Dios. Mientras Machado nombra al Todopoderoso, Lazo se acerca a la orilla del mar y lo ve arrasar la tierra y crear un mundo nuevo. El paisaje también inventa la fuerza de la Tierra.
En el poema “¡Dios¡”, publicado en El Josefino, periódico de Calabozo, el 16 de enero de 1888, el poeta Lazo favorece la afirmación anterior: “Todo en el mundo sin cesar te alaba/ Porque en todo se muestra tu grandeza;/ ¡Tú eres principio donde todo acaba¡/ Causa y principio donde todo empieza”. Paisaje no es sólo retrato, color y forma, clima y sonidos. También es idea, y Dios es idea convertida en palabra. Génesis entonces.


3.-
Brazo armado: la palabra, un grave peligro


Armado con la palabra, Francisco Lazo Martí está por encima de las alabanzas. Mucho más allá de la Silva Criolla está lo que ésta no nos dice. Está lo que oculta y que podría ser motivo de muchos estudios. Detrás de toda palabra hay otras palabras. Otros desgarramientos, otros países, otros dolores, otros traumas, otros poemas avivados por lo que habrá de ser su mundo interior. Héroe civil de esta comarca visible, este poeta -que cumple un siglo de haberse marchado a otras esferas- nos lega, no sólo los poemas que hemos leído, los que hemos olvidado, los que hemos memorizado, los que aún no hemos leído, los que no queremos leer, sino la vida que aún se agita en estos confines cuyos estertores nos conmueven.
Un filósofo, Martin Heidegger, tradujo de un poeta, Höelderlin, que la poesía, la palabra, el verbo, es el instrumento más peligroso. La esencia de la poesía es lenguaje y ser, de allí que el mismo Antonio Machado haya dicho: “Los grandes poetas son metafísicos fracasados. Los grandes filósofos son poetas que creen en la realidad de sus poemas”. Que quien ejerce el oficio de la escritura corre el riesgo de ser borrado de sus propias páginas, como ha ocurrido con muchos ejemplos en nuestro país, donde los pensadores de la belleza son sólo imágenes apagadas por la fuerza de la estupidez. No ha sido extraño entonces, que muchos intenten hacer a un lado a este polvo centenario, polvo enamorado, como dijo quien dijo de la belleza y de la muerte.
Esa esencia, la poética, podría verse a través de cinco aspectos que hacían de Lazo una suerte de “fracasado”, de país hecho estropicio. Ellas son: La tarea de hacer poesía, esta tarea, “es de entre todas la más inocente”, y así continúa el poeta, visto por el filósofo: “Para este fin se dio al Hombre el más peligroso de los bienes: el lenguaje para que dé testimonio de lo que él es”. El tercero destaca que “Ha experimentado el Hombre muchas cosas; A muchas celestiales ha dado ya su nombre; Desde que somos Palabras-en-diálogo Y podemos los unos oírnos a los otros”, y más “Ponen los Poetas el fundamento de lo permanente”, para desembocar en “Lleno está de méritos el Hombre; mas no por ellos sino por la Poesía hace de esta tierra su morada”. Y en efecto así fue. La poesía, tarea inocente y por eso la más peligrosa. De allí quedó la obra, inocente y peligrosa, en manos de los lectores: ha nombrado, ha hablado, ha dialogado, ha hecho un país verbal, de allí su permanencia. Y finalmente, la tierra su morada, constructo de su voz y de su espíritu. De esa historia larga, novelada por nosotros contemporáneos, no queda sino la voz soterrada del poeta. ¿Dónde están Joaquín Crespo y Cipriano Castro? Son sólo cadáveres de apetencias de muchos vivos que ven la Historia como un envoltorio, como una factoría de reciclaje. Sólo ha quedado el poema: lo permanente, la inocencia, pero también el peligro de sus imágenes. De allí que muchos intenten silenciarlo cuando se sale del paisaje común e ingresa en el paisaje humano.

Que lo diga Heidegger:

“-..Holderlin es el elegido. ¿Será, con todo, posible sacar de la obra de un solo poeta la esencia universal de la Poesía, dado que lo universal, -lo omnivaledero-, no podemos alcanzarlo sino mediante consideraciones comparativas que requieren a su vez tener delante el mayor número posible, y el más variado, de obras y género poéticos?”. Una respuesta tomada del texto que citamos: “Y para que la Historia resulte posible, se le ha dado al hombre la Palabra”.
Este cierre magistral deja muy mal parados a ciertos protagonistas que vienen arrastrando más de cien años de conjuras, sueños inveterados, países fracasados, dolores incurables.


4.-
El retorno


Lazo Martí sentía la ciudad desde lejos. Se refugiaba, a través sus cantos, en el monte, de allí el rasgo nativista. Pero todo nativista no es más que un romántico, un yo sometido por el arraigo al paisaje, al lugar estricto de su nacimiento, al topos de su ombligo. Y tanto hizo por la tierra de sus padres, que se armó con palabras para acompañar en una aventura guerrera a uno de los tantos que se decía revolucionario. Enfrentó a quienes robaban el erario público y el alimento de la ciudadanía y los soldados. Los llamaba “chusma”, revoltillo humano donde los valores han sido apagados por la sombra del crimen. Y por todas esas razones, se veía de nuevo en las veredas de su comarca. Por eso exhortaba a retornar, a regresar, a volver a la pureza del aire, a los ríos, a la sabana, al cielo abierto de la llanura, a su centro vital. Y lo logró.
El paisaje de Calabozo, de la llanura que rodea su ciudad, es Lazo en voz. Cada magistratura de su tono revela su paso por la tierra.
Que no quede duda: Francisco Lazo Martí pudo haber sido personaje de aquellos folletines y grandes novelas de la naciente burguesía europea. Que nadie lo dude: la vida de Lazo aún no se ha novelado. Queda ver por dónde empezar, dónde encontrarle el filón a este personaje que se agita en las tolvaneras, que resulta un clásico de las aún angustiosas horas de nuestro país, visto desde afuera, pero sin lograr verle sus adentros.
A un siglo de aquella agonía, de aquel apagar de ojos, regresamos a nuestra tierra. Nos bañamos con el polvo de la sabana. Nos ahogamos con la dimensión de su extravío.
¿Quién sueña que soñó? ¿Quién soñó que sueña? El llano arriba, el cielo abajo. Una ola inmensa viaja hacia el poniente. ¿Caerá el cielo y se hará sueño?
A dos voces, Machado y Lazo:

Después soñé que soñaba.

El llano es una ola que ha caído.

El cielo es una ola que no cae.

Maracay, 3 de agosto de 2009.

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